viernes, 4 de abril de 2008

¿QUIÉN ERES PARA QUE JUZGUES A OTROS?

“Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca. Sus labios se movían pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha, así que le dijo: —¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino! —No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy sólo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción”. 1º Samuel 1:12-16(NVI).

El texto de hoy nos da una clara muestra de lo rápido que podemos ser para juzgar a los demás. Debemos ser cuidadosos, ya que no tenemos la capacidad de leer los pensamientos ajenos y las apariencias pueden hacernos creer que las cosas son de una manera, cuando en realidad no lo son. Elí desconocía el dolor que embargaba el corazón de Ana y por lo tanto no podía comprender la naturaleza de su acción. Por lo mismo, en cuestiones de “Alabanza y Adoración” y todo lo demás que tenga relación con la conciencia, es mejor no emitir juicios sobre los demás.

“No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (S. Mateo 7:1,2). Estas palabras fueron pronunciadas por el Divino Maestro, nuestro Señor Jesucristo, para que las escuchemos y obedezcamos. Dios no le ha dado al ser humano la capacidad de leer los corazones; no lo ha sentado en la silla del juez para dar sentencia sobre sus prójimos; el juicio se lo ha dado al hijo. ¿Por qué, entonces, no somos más cuidadosos en juzgar a los demás? Cuando comprendamos plenamente nuestra ignorancia no hablaremos mal de nuestros hermanos.
Dios nos prohíbe pensar o hablar mal de otros: “Hermanos no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (Santiago 4:11,12). Aquellos que actúan contra sus prójimos sin misericordia se encontrarán un día en necesidad de misericordia.
Es de gran importancia que declaremos la palabra de Dios con fidelidad; pero es algo muy diferente estar constantemente censurando, pensando el mal y provocando división. Exhortar y juzgar son dos cosas completamente diferentes. Sus siervos deben exhortar con amor a quienes estén en el error, pero el Señor se desagrada y denuncia a quienes juzgan rápidamente a sus hermanos. Y esto es muy común entre los profesos creyentes”. (Review and Herald, octubre 29, 1901).

El deber de todo cristiano está claramente trazado en las palabras: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebozando”. “Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (S. Lucas 6:37,38,31). Estos son los principios que haremos bien en fomentar. (En lugares celestiales, p. 290).

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