El texto de hoy nos da una clara muestra de lo rápido que podemos ser para juzgar a los demás. Debemos ser cuidadosos, ya que no tenemos la capacidad de leer los pensamientos ajenos y las apariencias pueden hacernos creer que las cosas son de una manera, cuando en realidad no lo son. Elí desconocía el dolor que embargaba el corazón de Ana y por lo tanto no podía comprender la naturaleza de su acción. Por lo mismo, en cuestiones de “Alabanza y Adoración” y todo lo demás que tenga relación con la conciencia, es mejor no emitir juicios sobre los demás.
Dios nos prohíbe pensar o hablar mal de otros: “Hermanos no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (Santiago 4:11,12). Aquellos que actúan contra sus prójimos sin misericordia se encontrarán un día en necesidad de misericordia.
Es de gran importancia que declaremos la palabra de Dios con fidelidad; pero es algo muy diferente estar constantemente censurando, pensando el mal y provocando división. Exhortar y juzgar son dos cosas completamente diferentes. Sus siervos deben exhortar con amor a quienes estén en el error, pero el Señor se desagrada y denuncia a quienes juzgan rápidamente a sus hermanos. Y esto es muy común entre los profesos creyentes”. (Review and Herald, octubre 29, 1901).
El deber de todo cristiano está claramente trazado en las palabras: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebozando”. “Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (S. Lucas 6:37,38,31). Estos son los principios que haremos bien en fomentar. (En lugares celestiales, p. 290).